¿Sabían que también hablo y escribo en español? Hay muchos hispanos educados y cultos que no han estado expuestos a ninguno de los pensadores clásicos liberales o lo que en Estadados Unidos llamamos “conservadores". En su tiempo universitario, los profesores los alimenaron con una dieta marxista, anti-capitalista e ironicamente, los que entraron a las universidades estadounidenses encontraron mas basura anti-estadounidense. Pero hay una fuente de gran pensadores liberales
Encontré un sitio de internet interesante con algunos ensayos liberales: www.liberalismo.org. Aquí está un ensayo interesante que habla de la guerra cultural y filosófica que ha durado por mas de un medio siglo en los Estados Unidos. Es interesante, especialmente para las personas que no conocen bien el terreno cultural de los Estados Unidos. Creo que este ensayo va a presentar un contexto importante para los que quieren entender mejor los conflictos politicos actuales en los Estados Unidos, como la economía, la educacción y la inmigración. Aunque el autor usa hipérbole y tal vez ustedes, los lectores, no estrán de acuerdo con todos sus puntos, no se deben perder “las joyas informativas" de su discurso. Disfrútenlo! Y con gusto dejen sus comentarios y preguntas.
La guerra cultural en los Estados Unidos
Por Adolfo Rivero CaroEstados Unidos está en guerra. Es una guerra extraña, furtiva, cultural. En ella se enfrentan, de una parte, los liberales multiculturalistas que afirman que no existe un pueblo ni una cultura nortamericana, que esta sociedad es esencialmente racista, discriminadora, machista, sexista, imperialista, represiva y que, por lo tanto, merece desaparecer. De otra parte están los que, pese a sus infinitos defectos, la consideran la sociedad más democrática y generosa del mundo, y luchan por conservarla. La afirmación puede parecer extravagante pero analistas tan importantes como George F. Will, Thomas Sowell, Robert Novak, William Buckley, Samuel Francis, Cal Thomas, John Leo y Suzanne Fields, entre muchos, utilizan constantemente el concepto de guerra cultural. Y no es por gusto. En este país es muy difícil analizar un solo problema importante, desde el viraje de la política hacia Cuba hasta la delincuencia y desde la crisis del binestar social hasta la inmigración si se desvicula del contexto de este enfrentamiento.
El concepto de guerra cultural, al que Samuel Francis dedicara un brillante ensayo en la revista Chronicles (diciembre 1993), tuvo su origen en Antonio Gramsci, uno de los fundadores del Partido Comunista Italiano. Curiosamente, el comienzo de influencia coincide con el final de su carrera política activa. Fue estando preso cuando redactó las "Cartas desde la Cárcel", considerado como uno de los textos políticos más influyentes del siglo XX.
Gramsci planteaba que la lucha revolucionaria en países industrializados como los de Europa Occidental o Estados Unidos, no podía plantearse directamente la conquista del poder político, como pretendía Lenin. En esos países, decía Gramsci, la burguesía ha conseguido lo que él llamaba "la hegemonía ideológica" al controlar las instituciones culturales de la sociedad: los centros de estudio, los medios de comunicación de masas, los núcleos de producción artística, es decir, los centros orientadores del pensamiento, el gusto y la sensibilidad.
El verdadero poder de una clase dominante, decía Gramsci, se apoya en su hegemonía cultural, y si la revolución ha de triunfar es imprescindible primero conquistar ese liderazgo. De otra forma, el poder político sólo podrá mantenerse mediante una vasta e implacable represión. Los revolucionarios, en vez de apoyarse en un partido elitista y burocratizado, como el "partido de nuevo tipo" de Lenin, debían construir lo que él llamaba una "fuerza contra hegemónica", independiente de las instituciones sociales y culturales que respondían a los valores de las clases dominantes.
Esta fuerza paralela cuestionaría la autoridad de las normas y valores tradicionales, mientras iba construyendo su propia autoridad, acorde con los valores colectivistas. Gramsci fue detenido por la policía política de Mussolini en 1927, y murió en la cárcel. De esa forma, probablemente eludió haber sido asesinado por Stalin.
En Estados Unidos, en los años 60, cuando se desarrollaba la gran lucha contra la discriminación racial encabezada por Martin Luther King, se produjo una coyuntura propicia para emprender el asalto que propugnaba Gramsci aunque, por supuesto, éste no respondiera a ningún plan deliberado. Luther King no luchaba contra el sistema capitalista, todo lo contrario, luchaba para que los negros pudieran integrarse plenamente en el mismo. Quería que "los hombres fueran escogidos por el contenido de su carácter y no por el color de su piel". Su ejemplo, ha servido de inspiración a la lucha de la disidencia cubana y su asesinato fue un golpe terrible para la sociedad norteamericana.
Por aquella época, Estados Unidos comenzó su intervención en la guerra de Vietnam. Por razones obvias, la guerra era particularmente impopular entre muchos jóvenes universitarios sometidos al servicio militar obligatorio. La coincidencia de la lucha contra la discriminación racial y la oposición a la guerra de Vietnam fue aprovechada por los ideólogos de la llamada Nueva Izquierda. La Nueva Izquierda nunca estuvo vinculado al movimento obrero ni a las reivindicaciones sindicales. Fue un movimento de intelectuales marxistoides que resultó muy atractivo para los universitarios, hijos mimados de la sociedad americana. No era para menos. Echando mano a la socorrida teoría marxista de la superestructura, planteó que discriminación y guerra eran manifestaciones de la naturaleza represiva del sistema capitalista. No sólo eso. Teóricos tan influyentes como Marcuse, entre otros, plantearon que toda represión era un efecto morboso de la cultura capitalista.
La Nueva Izquierda acuñó entonces el nombre de "contracultura" para identificar la guerra contra todos los valores tradicionales de la sociedad americana. La sobriedad fue considerada como un simple convencionalismo de burgueses, incapaces de apreciar "las formas alternativas de consciencia" producidas por los alucinógenos. Fue el inicio de la llamada "cultura de la droga". La laboriosidad fue considerada como una manifestación de "la ética protestante del trabajo" y convertida en objeto de burla. El buen trabajador era un pobre imbécil incapaz de comprender que sus esfuerzos sólo servían para enriquecer a sus opresores. Los trabajos duros y mal pagados eran trampas de la burguesía y "callejones sin salida" (dead end jobs) que ningún rebelde debía aceptar. La contracultura consideró el matrimonio como una cárcel, la castidad como una coyunda machista y la familia monogámica como un centro de abuso y corrupción. Inclusive el estudio fue desalentado como otra "trampa de la burguesía". Uno de los lemas más populares de la contracultura en los años 60 fue "turn on, tune in, drop out" ("excítense, póngase en onda, dejen la escuela"). Los efectos de la contracultura sobre los negros fueron particularmente devastadores, justo cuando las puertas de las oportundades se abrían para ellos.
El ejército, la policía, las agencias de inteligencia - organismos sociales vitales para la estabilidad social- fueron atacados con particular saña por los que huían despavoridos del servicio militar. Se hizo habitual describirlos como controlados por enloquecidos fascistas, y se puso de moda llamar puercos ("pigs") a los policías. Mientras tanto, las depredaciones de los delincuentes eran justificadas como un producto de las opresivas condiciones sociales, como una demostración de resentimientocontra el sistema y hasta presentadas como valientes "rebeliones" contra el mismo. Y, por supuesto, se aclamó a cuanto "héroe" de la lucha anticapitalista aparecía, desde Fidel Castro y "Ché" Guevara hasta Ho Chi Minh y Mao Zedong.
¿Conquistó la contracultura la hegemonía cultural en Estados Unidos? ¿Se convirtieron los militantes de la contracultura en la mayoría de los profesores de las universidades, y en los formadores de las jóvenes generaciones de intelectuales y periodistas? En este sentido, resulta instructivo revisar libros como 'Iliberal Education' de Denis de Souza, 'Inside American Education' de Thomas Sowell o 'The Dream and The Nightmare' de Myron Magnet. Hoy, más que nunca, resulta conveniente analizar, con sentido crítico, las ideas que nos presentan la mayoría de los medios de comunicación de masas en Estados Unidos.
Pero, ¿cómo es posible que un acontecimiento de semejante magnitud pueda pasar inadvertido? Parte de la explicación está en que al tener el control de los medios de comunicación de masas y de la enseñanza, el principal interés de esta nueva izquierda es cambiar nuestro sistema de valores y nuestra manera de pensar sin que nos demos cuenta, mediante una lenta e insensible imposición de sus puntos de vista. Le interesa pasar inadvertida para poder seguir influyendo, particularmente sobre la juventud, sin que nadie cuestiona su agenda. Y, en efecto, pueden pretender representar "lo que todo el mundo piensa", porque realmente toda la gran prensa y los medios académicos piensa así. Es por eso que, aunque la inmensa mayoría del pueblo americano rechace sus ideas, pueden seguir acusando de "fascistas", "fundamentalistas" y "ultraderecha" a todos los que se opongan a sus ideas.
La nueva izquierda constituye una facción extraordinariamente militante, y su policía del pensamiento patrulla escuelas y universidades en busca de cualquier actitud que no sea "políticamente correcta". Los hispanos mandan a sus hijos a estudiar sin saber que, en esas escuelas y universidades, se dedica más tiempo al adoctrinamiento político que a la formación cultural. Bastaría, sin embargo, un somero análisis de los programas vigentes para comprobarlo. De esa forma, y sin darse cuenta, van perdiendo todo contacto espiritual con sus propios hijos. Están viviendo la pesadilla de los "body snatchers" en su propia carne. Les están robando el alma mientras duermen.
En una época, se decía que no había nada más parecido a un republicano que un demócrata. Eso ha dejado de ser cierto desde hace mucho tiempo. Dentro de cada uno de los partidos tradicionales se atrinchera un grupo, con ideas muy definidas, que constituye su núcleo central. Y esos grupos están en guerra. En el lado republicano, se trata de los llamados "conservadores", los defensores del sistema capitalista y de su cultura, y en el lado demócrata, de los que aquí se llaman "liberales", los "multiculturalistas", enemigos irreconciliables no sólo de la cultura capitalista sino de la civilización occidental misma(!). Y, por supuesto, de todo su sistema de valores. Evidentemente, no todos los demócratas son liberales ni todos los republicanos conservadores, pero ellos son los que definen los términos de la lucha. Se trata, por consiguiente, de una lucha entre la derecha y la izquierda, tal como se han definido estos términos desde los tiempos de la revolución francesa.
Esta izquierda, que se ha apropiado el nombre de "liberal", es básicamente hostil al capitalismo, no quiere reformar el sistema sino destruirlo. Vive de explotar constantemente los sentimientos humanitarios de la población y, en particular, de los más jóvenes e inexpertos. Y, en efecto, los jóvenes de hoy repiten los mismos errores de su padres y abuelos, que también quisieron ser "progresistas", y disfrutan del mismo sentimiento de superioridad moral que ellos sintieron. Sí, es hermoso luchar contra la opresión. Los comunistas hablaban de cómo la burguesía oprimía y explotaba al proletariado, y de cómo esa opresión y esa explotación, trasladadas al ámbito internacional, se convertían en imperialismo y colonialismo. Ahora la nueva izquierda habla de como los hombres blancos (white males) oprimen y explotan a las mujeres (feminismo), a los negros y demás minorías étnicas (racismo), a los demás países, tanto económica como culturalmente (imperialismo y colonialismo), a los homosexuales ("homofobia") e, inclusive, a los animales y a la naturaleza en general (ecologismo radical).
Los comunistas decían que que la burguesía, al ser imperialista y colonialista, tenía que ser necesariamente agresiva, militarista y guerrerista. La nueva izquierda no puede criticar dierectamente al sistema económico, porque mientras el socialismo ha demostrado ser un fracaso catastrófico, el capitalismo genera más riquezas que nunca. Es más, el mundo parece estar poseído por una nueva fiebre de capitalismo. Los dragones asiáticos se transforman de países pobres en países ricos, y América Latina emprende, por primera vez, el camino del neoliberalismo económico. La izquierda liberal sufre amargamente. ¿Qué hacer si el anticapitalismo fracasa en todas partes? Existe una alternativa: si no se puede criticar al sistema económico, se puede criticar el sistema de valores que lo sustenta incluyendo su matriz, la civilización occidental.
Para los comunistas, el enemigo era la burguesía y su cultura, para la nueva izquierda, el enemigo son los hombres blancos (aunque, por supuesto, también lo sean los hombres o mujeres de cualquier color que discrepen de sus ideas) y la civilización occidental. Como vemos, los viejos comunistas eran tímidos y pacatos conservadores en comparación con la izquierda multiculturalista contemporánea.
Los comunistas planteaban que para conseguir la sociedad nueva, donde no hubiera explotación ni dominación, era necesario hacer una revolución social. La nueva izquierda anticapitalista no quiere asustar a nadie hablando de revolución: prefiere inculcar odio y desprecio por todo el sistema de valores de nuestra sociedad e ir cambiándolo poco a poco, como recomendaba el teórico comunista Antonio Gramsci. Los comunistas culpaban al capitalismo de todos los males de la sociedad. La nueva izquierda multiculturalista culpa a la civilización occidental. Pero su modelo social ya no son las colapsadas "dictaduras del proletariado" sino una utopía radicalmente igualitaria donde, teóricamente, nadie pueda aventajar a nadie.
Debía llamar la atención de las nuevas legiones de simpatizantes y "tontos útiles" que estos mismos compasivos que se espantan constantemente de las imperfecciones del capitalismo nunca percibieran los monstruosos crímenes que se cometían en los países comunistas. La izquierda anticapitalista defendió a Stalin, a Mao Tse tung, a Ho Chi Min, a Pol Pot, a Fidel Castro, a Humberto Ortega e, inclusive hoy, no pueden contener su entusiasmo por el "comandante Marcos" y los guerrilleros de Chiapas, que se proclaman abiertamente marxistas-leninistas.
Los cubanos que viven en la isla no tienen la menor idea de este fenómeno. Identifican el mantenimiento del embargo económico por parte de sucesivos gobiernos de Estados Unidos como una hostilidad generalizada contra Fidel Castro y el comunismo. Pero esto es completamente falso. Todos sabemos, por ejemplo, que Ted Turner, el dueño de CNN, es un amigo personal del dictador cubano. Y Ted Turner no es ninguna rara excepción. Fuera de Estados Unidos, e incluso aquí mismo, resulta incomprensible que la gran prensa norteamericana -escrita, radial y televisiva- se halle prácticamente dominada por la izquierda "liberal" y multiculturalista. Entre los latinoamericanos Existe un firme estereotipo de que la gran prensa, al igual que todas las instituciones de la sociedad capitalista, tiene que ser "de derecha" y estar al servicio del gran capital. Y, por supuesto, que esto tiene que ser particularmente cierto de Estados Unidos. Nada más erróneo.
El prejuicio de que la gran prensa americana es conservadora nos viene haciendo mucho daño desde que Herbert Mathews, aquel famoso periodista del New York Times, hiciera popular a Fidel Castro a fines de los años 50. La realidad es justamente lo opuesto. Un destacada intelectual norteamericano, R. Emmet Tyrrell Jr., director de la revista American Spectator señalaba recientemente que para poder informarse sobre lo que realmente sucede en Estados Unidos sólo se puede acudir al New York Post, The Washington Times, The California Orange County Register, la página editorial del Wall Street Journal (¡sólo esa!) y a una docena de periódicos menores en todo el país. Entre las revistas, sólo National Review, American Spectator y The Weekly Standard, ninguna de las cuales es una publicación de masas. Por lo demás, sólo se puede recurrir a animadores de radio y televisión como Rush Limbaugh y Gordon Liddy. Eso es todo. Hacer la lista de los medios controlados por la izquierda liberal, empezando por The New York Times, The Washington Post, Los Angeles Times, The Boston Globe; revistas como Time, Newsweek o U.S.News and World Report; o cadenas de televisión como ABC, CBS, NCC o CNN, sería tan agotador como superfluo.
Esta gente nunca ocultó sus simpatías por Fidel Castro, por los sandinistas, por el Frente Farabundo Martí de El Salvador, por los comunistas chilenos, y los guerrilleros argentinos, venezolanos e, ¡inclusive hoy! por los guerrilleros marxistas-leninistas de Chiapas. Esta realidad desmiente, mejor que ninguna elaboración teórica, la concepción marxista sobre el carácter derivado de la superestructura. La realidad es que dentro de la sociedad capitalista hay fuerzas muy considerables que se lo deben todo al sistema y que, sin embargo, trabajan incensamente para su propia destrucción. Tal parece como si el alcoholismo y la adicción a las drogas tuvieran contrapartidas sociales, como si, al igual que hay individuos que se autodestruyen, hubiera sociedades que se enviciaran con ideologías tóxicas y disolventes.
No cabe duda de que esta solidaridad entre la gran prensa, los medios académicos norteamericanos y el régimen de Fidel Castro, sustentada en la comunidad de ideas anticapitalistas, ha sido uno de las claves que explican el misterio de su supervivencia. El llamado liberalismo norteamericano ha sido cómplice de un régimen que ha hundido al pueblo cubano en una miseria y opresión sin precedentes en su historia. En próximos artículos seguiremos conversando sobre estas ideas.
El multiculturalismo
Cuando los valores de la cultura norteamericana emergen triunfantes de la Guerra Fría, y los ojos de todos los pueblos oprimidos se vuelven hacia Estados Unidos, la izquierda norteamericana recrudece su guerra contra esos valores. Uno de los frentes de esa guerra es el llamado "multiculturalismo". Muchos cubanos y latinoamericanos en general están profundamente confundidos con este fenómeno. Piensan que el multiculturalismo es una especie de generalizada simpatía por las particularidades de los distintos grupos de inmigrantes. No es así. El multiculturalismo es una de los principales instrumentos teóricos del pensamiento de la Nueva Izquierda en su lucha por encontrar un sustituto al marxismo leninismo tradicional.
Los liberales multiculturalistas afirman que Estados Unidos no tiene una cultura sino muchas, y pretender que la cultura anglosajona sea la dominante no es más que una demostración del carácter imperialista, represivo, racista, machista y discriminador de esa cultura anglosajona. En realidad, los liberales ni siquiera aceptan la idea de un pueblo americano. En la guía para el curriculum de las escuelas de Nueva York (1991) se plantea que Estados Unidos es "una nación, mucho pueblos" y aunque "los pueblos" de Estados Unidos son mencionados muchas veces, las palabras "el pueblo americano" no se menciona nunca. Esto no es excepcional. Los cursos de estudio de la Florida, Nueva York, California, Maine, Pensilvania, Maryland, Ohio, Michigan, Kentucky y Colorado le dedican más espacio al multiculturalismo que a ideas básicas de la democracia americana como la soberanía popular y al gobierno de la mayoría. La hegemonía cultural de la democracia americana está siendo cuestionada, y socavada delante de nuestros ojos.
Que nadie se engañe: el objetivo real de la Nueva Izquierda liberal no es la valoración de las demás culturas sino la desvalorización de la tradicional cultura norteamericana. Es su odio a esta cultura (burguesa) lo que los lleva a luchar por que los inmigrantes no se integren a la misma. De aquí su esfuerzo por exagerar las diferencias entre los norteamericanos y otros pueblos, que la propia historia de este país desmiente. Los liberales multiculturalistas fingen creer que la cultura de una persona está rígidamente determinada por el color de su piel o por quienes fueron sus antepasados. Suponen, por consiguiente, que un negro norteamericano tiene más en común con un congolés o un zulú, porque sean negros, que con sus compañeros de trabajo, porque son blancos.
Los liberales convierten a la cultura en un entidad biológicamente hereditaria, invariable y casi genética. En 1991, la Comisión de Revisión de Estudios Sociales del estado de Nueva York emitió un informe abrazando la noción de "educación multicultural" en las escuelas públicas y rechazando "previos ideales de asimilación a un modelo anglo-americano". Esta comisión aprobó todo un nuevo curso de estudios, concebido por un profesor que calificaba el curriculum tradicional de etnocéntrico y favorable al "nacionalismo blanco".
El famoso historiador Arthur Schesinger Jr, -demócrata, por cierto- discrepó enérgicamente de ese informe "multicultural" y advirtió:
"La filosofía subyacente en el informe, como yo la entiendo, es que la etnicidad es la experiencia definitoria para la mayoría de los americanos, que los vínculos étnicos son permanentes e indelebles, que la división en grupos étnicos establece la estructura básica de la sociedad americana y que el principal objetivo de la educación pública debería ser la protección, fortalecimiento, celebración y perpetuación de los orígenes e identidades étnicas. En el informe esta implícita la clasificación de todos los norteamericanos según criterios raciales y étnicos".
Por supuesto, Estados Unidos tiene una cultura tradicional muy bien definida: la derivada de la cultura británica. Como dice Schlesinger en su libro "La Desunión de Estados Unidos": "El lenguaje de la nueva nación, sus instituciones, sus ideas políticas, sus costumbres, sus preceptos y sus oraciones se derivaron principalmente de Gran Bretaña". Los ingleses trasladaron a Estados Unidos no sólo su espléndido idioma sino su multisecular experiencia social: el estado de derecho, el gobierno representativo y todo un rico legado de hábitos, costumbres y tradiciones que ha formado la cultura norteamericana durante más de una docena de generaciones.
La experiencia universal muestra que las diferencias entre los grupos no significan que las culturas sean compartimientos estancos. A través de la historia, la hibridación cultural o, como decía el gran etnógrafo cubano Fernando Ortiz, la transculturación ha sido una de las principales fuentes del mejoramiento de los grupos, las naciones e, inclusive, de las civilizaciones. Toda nacionalidad es un híbrido exitoso. Los ingleses, por ejemplo, son un híbrido formado por celtas, romanos, anglos, sajones, daneses, normandos y judíos del este de Europa, por sólo citar los principales.
Nada más natural que la adquisición de rasgos de otros grupos que son mejores que otros en determinados campos y en determinadas épocas. Poca gente recuerda que durante mucho tiempo Japón era conocido por copiar (y copiar mal) los productos europeos y americanos. Pero los japoneses nunca insistieron en la superioridad de su exquisita cultura, sino en su retraso científico y tecnológico en relación con los países occidentales más adelantados, y en la necesidad de trabajar muy duro y a largo plazo para superarlo. Los japoneses no le daban a sus hijos clases de "orgullo japonés", les daban clases de física, química, matemáticas... y de inglés... Los resultados está a la vista. Y ¿acaso han perdido su cultura?
Uno de los grupos mejor tranculturados en Estados Unidos son, sin duda, los irlandeses. Pero es bueno recordar que durante todo el siglo XIX los irlandeses desplegaron patologías sociales muy similares a las del gueto negro de hoy: enfermedad, violencia, ruptura familiar, adicción a las drogas (que en aquella época era alcoholismo) y práticamente ningun matrimonio fuera de su grupo. Tuvieron que experimentar un largo y doloroso proceso de ajuste a su nuevo país. Lentamente, Estados Unidos cambió a los irlandeses, y ello se cambiaron a si mismos Actualmente, en términos de educación o de afiliación política los irlandeses son indistinguibles del resto de los norteameicanos.
Pero los liberales norteamericanos no quieren ninguna integración a la cultura de este país porque son profundamente hostiles a la misma y están luchando activamente por destruirla. En realidad, los liberales aspiran a la balcanización de Estados Unidos. Quieren convertir a este país en un confederación de tribus hostiles. Saben perfectamente, aunque afirmen lo contrario, que impedir la integración a la cultura norteamericana requiere esfuerzos excepcionales. Es por eso que insisten en esos funestos programas para educar a los hijos de los inmigrantes en sus idiomas natales. Esto, pese a que una encuesta del Houston Chronicle en 1990 reveló que el 87 por ciento de los latinoamericanos entrevitados consideraba que "era su deber aprender inglés".
Como todos sabemos, los niños que asisten a una escuela donde sólo se habla inglés se vuelven fácilmente bilingües, lo que les facilita su éxito dentro de la sociedad norteamericana. Pero, ¿acaso los liberales quieren eso? Por supuesto que no. Lo que quieren es que los inmigrantes y sus hijos se mantengan pobres, alienados en una sociedad que les resulte extraña y hostiles a la mayoría de los norteamericanos (the mainstream) para poder canalizar ese resentimiento hacia sus propios fines.
Actualmente, sólo en el Distrito Escolar Unificado de Los Anngeles, se dan cursos en español, en armenio, en coreano, en cantonés, en tangalog, en ruso y en japonés. Los contribuyentes americanos invierten miles de millones en estos programas contraproducentes. En el país hay 2.3 millones de niños que van a la escuela pública y no pueden hablar bien el inglés, un aumento de un millón en los últimos siete años. Pero los liberales no plantean que se refuerce el estudio del inglés, como sería lógico sino, por el contrario, que se eduque a los niños en sus idiomas natales (!). Por supuesto, no se puede olvidar que el bilingüismo es un negocio de $10,000 millones anuales y que los activistas étnicos quisieran que sus grupos no aprendieran inglés nunca para poder seguir jugando el papel de sus intermediarios y "representantes". En realidad, con amigos como esos, los inmigrantes no necesitan enemigos.
Grupos que ya hablan el inglés, por ejemplo, que es un idioma común a mil millones de personas y que comprende una vasta litertura en ciencia, filosofía y todos los demás campos del saber humano, son exhortados a abandonar ese lenguaje en favor de una lengua ancestral que ya nadie habla y que tiene poca o ninguna literatura. Ninguna de estas tendencias representa una corriente popular. Todo lo contrario, son simplemente la moda cultural de un grupo de intelectuales y académicos que está estimulando una balcanización de consecuencias potencialmente trágicas para nuestros pueblos, y que debe ser enérgicamente rechazada.
Exagerar la "identidad" cultural puede tener consecuencias sumamente perniciosas, quizás la más negativa sea frenar el progreso cultural de los grupos sociales más retrasados al aislarlos de las ventajas culturales de la sociedad mayoritaria que los rodea. A través de la historia, una de las grandes fuentes de progreso cultural, tanto para los grupos como para las naciones e, inclusive, las civilizaciones ha sido la adquisición de rasgos culturales de otros que, en determinada época, estaban más adelantados en ciertos campos. El multiculturalismo liberal es un enemigo no sólo de la cultura norteamericana sino de todos nuestros pueblos.
Los liberales multiculturalistas afirman que los americanos anglosajones van a ser una minoría en 2050, que los actuales inmigrantes latinoamericanos y asiáticos son menos asimilables que las anteriores y que, supuestamente, no pueden identificarse con los héroes y los mitos de Estados Unidos. Razón de más para acabar con la hegemonía anglosajona. Es dentro del contexto de la guerra cultural en Estados Unidos donde hay que ubicar la gran discusión sobre política de inmigración que se está desarrollando actualmente.
Un inmigrante puede ser descendiente de alemanes, suecos, polacos, africanos, japoneses o cubanos pero hacerse norteamericano significa convertirse en un heredero cultural de Washington, Jefferson y Lincoln y, por extensión, de Shakespeare, Milton y Locke. Y aunque esta herencia cultural haya sido posteriormente modificada y enriquecida por muchas otras, ha seguido siendo la tradición central de este país hasta el día de hoy. Esto es completamente natural, no hay un solo pueblo que no tenga su propia cultura y no aspire a mantenerla. Y los liberales están profundamente equivocados si creen que el pueblo norteamericano va a permitir que lo despojen de la suya por mucho que pretendan intimidarlo con acusaciones de "xenofobia" y de racismo. ¿De qué lado nos vamos a poner los cubanos que hemos venido a radicarnos en este país? Que cada quien escoja libremente, pero que que nadie se deje engañar. En este momento, se trata de definir nuestro papel dentro de esta sociedad: si estamos por conservarla, somos conservadores, si estamos por transformarla, somos revolucionarios o, en la terminología política norteamericana, somos liberales.
La crítica a la civilización occidental
En 1988, una multitud de estudiantes protestaban en la Universidad de Stanford. El espectáculo, por supuesto, nos resulta muy familiar a todos los latinoamericanos. Sin embargo, para los cubanos, y para los latinoamericanos en general, el carácter de esa protesta hubiera resultado absolutamente extraña y prácticamente incomprensible. Al frente de la misma, el reverendo Jesse Jackson dirigía alegremente el coro de estudiantes: "Hey, hey; ho, ho; Western culture's got to go". Increíblemente, estaban protestando ¡contra la permanencia en el curriculum universitario del tradicional curso sobre la civilización occidental! Pero ¿cómo es posible? ¿Qué puede justificar semejante disparate? Pues aquellos manifestantes consideraban que el estudio de la civilización occidental sólo servía para trasmitir ideas opresoras, racistas e imperialistas. Era necesario extirpar esos estudios porque, como decía Charges Catharine Stimpson, decana de la escuela de graduados de la Universidad de Rutgers esas ideas: "Bajo el disfraz de defender la objetividad y el rigor intelectual, que en realidad no significan nada, lo que están tratando es de preservar la supremacía cultural y política de los varones blancos heterosexuales".
¿Se imaginan mis lectores lo que significa rechazar la civilización occidental? Pero, ¿acaso esas no eran las mismas exigencias de la Gran Revolución Cultural Proletaria en China durante el terrible período de 1970-76? ¿Cómo es posible que hayan reaparecido los "guardias rojos", los hunweipings, nada menos que en las universidades americanas? ¿No saben estos nuevos bárbaros que todo el objetivo de la Revolución Cultural china fue, precisamente, barrer con la milenaria herencia cultural china porque supuestamente era la expresión de una cultura imperialista, racista y explotadora? ¿No saben que esas, fueron, justamente, las tesis que inspiraron a Pol Pot? ¿Las que lo llevaron a desalojar las ciudades y asesinar a los que sabían leer y escribir? ¿Porqué lo hizo sino era porque eran individuos contaminados por la cultura burguesa? ¿Cómo es posible que se repitan esos argumentos entre nosotros?
¿Cómo es posible que en las universidades americanas se plantee que no se debe estudiar a los griegos?¿Qué se puede pasar por alto la historia de Roma? ¿El surgimiento del derecho romano? ¿Qué no es importante estudiar el surgimiento del cristianismo y la Biblia? ¿Que la historia de la Edad Media es irrelevante? ¿Irrelevantes San Agustín y Santo Tomas de Aquino? ¿Dante? ¿Bocaccio? ¿Maquiavelo? Chaucer? ¿Irrelevante el Renacimiento? ¿Shakespeare y Cervantes? ¿Irrelevante toda la historia del arte occidental? ¿Rafael, Rembrandt, Ticiano, Velázquez? ¿Vivaldi, Bach, Mozart, Bethoven, Chopin, Tchaikovsky? ¿Toda la pintura europea, toda la literatura, toda la música? ¿Superfluas para nosotros la historia de España, de Inglaterra, de Francia, de Italia, de Alemania? ¿Qué idiotez es esta? ¿Qué pretenden estos nuevos bárbaros? Y, sin embargo, ¿saben mis lectores que todos los gigantes del pensamiento occidental, todos los que han forjado nuestra civilización desde hace 2,500 años, son llamados despreciativamente "dead, white, european males", DWEM, "blancos europeos muertos" por los nuevos bárabaros? ¿Y qué ésta es la doctrina oficial del llamado pensamiento "políticamente correcto", que ya es dominente en los principales centro de estudio de Estados Unidos?
A quien no esté al tanto de la guerra ideológica en Estados Unidos todas estas afirmaciones les tienen que parecer francamente exageradas. No lo son. Todo lo contrario. Lo más alarmante es que los cubanos, y los latinoamericanos, no estemos conscientes de este fenómeno, no estemos conscientes de que un grupo político de extrema izquierda se está encargando, a tiempo completo, de la transformación ideológica de la sociedad americana y del adoctrinamiento político y moral de nuestros hijos.
Obviamente, todo el mundo tiene perfecto derecho a tener la ideología que le parezca pero lo que alarma e indigna, es que nos quieran inculcar una ideología anticapitalista y antioccidental subrepticiamente, de una manera furtiva y casi subliminal. Porque nadie ha planteado discutir nada de esto. Nadie ha sometido a nuestra consideración que en la educación que se le da a nuestros hijos se trate a Estados Unidos como un país esencialmente opresor, racista, sexista, discriminador e imperialista. ¡Para eso los hubiéramos dejado estudiando en Cuba! donde todo eso se enseña de gratis y donde, además, carece de importancia porque el mejor maestro es la realidad de una sociedad "liberada". En Cuba, al menos, nos era fácil mostrar el contraste entre las promesas y las realidades. Pero aquí, en Estados Unidos, es mucho más fácil estafar a los jóvenes con la vieja promesa utópica: una sociedad que tenga todas las ventajas de la criticada pero ninguno de sus inconvenientes. ¡Como si eso fuera posible!
Lo alarmante es que se pretende realizar esta transformación de la sociedad, de nuestra manera de pensar, y de la de nuestros hijos, a nuestras espaldas, sin nuestro conocimiento y sin nuestra aprobación. Estamos siendo sometidos, día y noche, a un verdadero lavado de cerebro. Es por eso que la imagen de los "body snatchers", aparentemente irrisoria, resulta, sin embargo, desgraciadamente pertinente y justificada. Y, al igual que en la película, lo fundamental es que la gente no se de cuenta.
Esta no es una afirmación gratuita. Pregúnteses usted mismo, ¿que películas o programas de televisión ve usted, lector, que no critique despiadamente la historia de Estados Unidos o sus instituciones? ¿Que película o que programa de televisión donde no se presenten instituciones básicas como el ejército o la CIA como integrada por fascistas? ¿Acaso Oliver Stone no afirmaba en su película sobre John F. Kennedy que había habido una enorme y monstruosa cooperación dentro del gobierno para asesinar al presidente de Estados Unidos? ¿Cuántas películas describen los crímenes del Vietcong en comparación con las que presentan como monstruos a los soldados norteamericanos? ¿Cuántas donde se presenta a los padres como sádicos abusadores de sus propios hijos? Individualmente, ninguna tiene mayor trascendencia. Es sólo una película o un programa de televisión pero, cuando esos temas se repiten durante años, ¿acaso no influyen sobre nuestra percepción de esas instituciones? Individualmente, ninguna tendrá mayor significación pero, en su conjunto, constituyen toda una operación de "lavado de cerebro."
En todas las grandes burocracias hay racistas o antisemitas o machistas o enfermos mentales, pero ¿acaso se les puede considerar como representativos? ¿Por qué se nos quiere convencer de que es así? En una película apasionante como "Los Tres Días del Cóndor" ese brillante actor que es Robert Redford nos fascinaba con una historia de acción en que la CIA mandaba a asesinar a un grupo de personas inocentes. Nosotros sabemos que Redford es un izquierdista gran simpatizante de Fidel Castro. ¿Es que no hay una relación entre el contenido ideológico de su trabajo y sus convicciones personales? Pero, ¿que sucede cuando la gran mayoría de los actores comparte la ideología de Robert Redford? El pueblo norteamericano no comparte esta ideología izquierdista, una película como "Forrest Gump", defensora de los valores tradicionales, acaba de ser un enorme éxito de taquilla, pero la enorme erosión de valores en la sociedad norteamericana no se ha desarrollado espontánneamete
No sólo en Stanford sino en la mayoría de las universidades de todo el país, la enseñanza de las humanidades se han convertido en una serie de cursillos pseudorrevolucionarios dirigidos a demostrar que la civilización occidental es la causante de todos los males de la sociedad moderna. Como si todo el mundo moderno, empezando por la ciencia, no hubiera sido, precisamente, una creación de la civilización occidental. Se trata de una viraje, asombrosamente negativo, que se ha producido delante de nuestros ojos y que la mayoría de los latinoamericanos que viven en este país ni siquiera sospechan.
Las universidades americanas han trasmitido un legado de cultura occidental secular que ha cobrado particular importancia en el siglo XX. En nuestro siglo, las certidumbres religiosas sobre la autoridad divina ha dejado de ser la base fundamental de nuestro sistema de valores. Hoy este sistema de valores se apoya fundamentalmente en dos mil quinientos años de reflexión filosófica sobre lo que constituye la naturaleza humana y lo que es el mejor tipo de vida para el hombre, como individuo y como ser social; sobre lo que constituye el deber, el honor, la amistad, el amor, la virtud y la libertad. Nuestra cultura se apoya en las lecciones de la historia, nos dice cómo los hombres han organizado su vida y sus instituciones en distintas épocas, y qué tipo de vidas les permitieron esas orgnaizaciones; como actuaron sus dirigentes, y que consecuencias han tenido esas acciones sobre todos; se apoya en lo que la ciencia ha sido capaz de descubrir sobre la naturaleza y en la influencia que ha tenido sobre nuestras vidas.
En última instancia, lo que da autoridad a las ideas que sustentan nuestras vidas es el legado acumulado de la Civilización Occidental, con su mezcla de ética judeo-cristiana, humanismo clásico y renacentisa, racionalidad científica, y el individualismo liberal democrático que fue concebido en Europa y, quizás, alcanzó su mayor expresión en Estados Unidos. Es ese legado sobre la condición humana lo que la universidad ha trasmitido a generación tras generacióón de estudiantes americanos. Hasta nuestra época. El hecho de que los intelectuales universitarios estén liquidando deliberadamente esa herencia -que ellos, mas que ningún otro grupo social, ha sido confiada en salvasguardar- no sólo constituye una tragedia sino un inmenso peligro sobre el que debemos estar prevenidos.
Aunque los marxistas-leninistas criticaban la cultura burguesa al menos no rebajaban su importancia. El hecho de que Balzac fuera un monárquico políticamente reaccionario nunca entibió la admiración que Marx sentía por su obra. Criticar la civilización occidental siempre fue considerado por los comunistas como un extremismo infantil. Tras el triunfo de la revolución de 1917, cuando un grupo de intelectuales y artistas denominado Prolekult, se dedicó a criticar la cultura burguesa, el mismo Lenin les recordó agriamente que lo primero que tenía que hacer el proletariado era apropiarse de la cultura burguesa antes de soñar con superarla. Y esa siguió siendo la línea del movimiento comunista internacional hasta el colapso de la Unión Soviética. Los comunistas del mundo entero miraron con disgusto y repugnancia los fanáticos excesos de la Revolución Cultural china. Esto no significa que tenga ninguna simpatía por los comuistas sino simplemente para subrayar que los liberales multiculturalistas consideran como reaccionarios ¡a Marx, a Engels y a Lenin! ¡Ellos también son europeos blancos muertos! El curriculum de las escuelas cubanas, bajo la dictadura comunista de Fidel Castro, es más conservador y más respetuoso de los valores tradicionales que el del sistema educacional de Estados Unidos. Y el que lo dude sólo tiene que tomarse la molestia de comprobarlo por si mismo.
Según los liberales multiculturalistas, Estados Unidos está atravesando una revolución demográfica que ya ha alterado, y seguirá alterando, la composición étnica y, por lo tanto, cultural de la nación. En el centro del argumento está la suposición de que la población de origen anglosajón (los únicos que el absurdo censo americano considera como "blancos"...) está disminuyendo rápidamente en relación con el resto de la población no blanca. "Workforce 2000"", un estudio del Instituto Hudson publicado en 1987, difundió esta concepción. El estudio planteaba que para el año 2000, sólo el 15 por ciento de los nuevos trabajadores serían hombres blancos. La cifra fue interpretada como queriendo decir que los blancos estaban a punto de convertirse en una minoría en la fuerza laboral, y en el país.
En primer lugar, hay que decir que los cambios demográficos no son ninguna fatalidad. Están directamente vinculados con una determinada política migratoria. Una política migratorio los provocó y una política migratoria puede cambiarlos. Pero, aun en las condiciones actuales, los anglosajones constituyen el 69 por ciento de la población y una proporción todavía mayor de la fuerza de trabajo. No una minoría precisamente.
Pero los liberales multiculturalistas quieren hacernos creer que estamos en medio de un terremoto demográfico. Ha surgido toda una nueva industria de "profesionales de la diversidad" para ayudar a los administradores a copar con el tremebundo problema (?) de los trabajadores de origen extranjero. Todas las grandes empresas tienen responsables de "diversidad". Pero, ¿qué significa "diversidad"? ¿Acaso no es sino la "protección, fortalecimiento, celebración y perpetuación de los orígenes e identidades étnicas", es decir, como decía Schlesinger "la clasificación de todos los norteamericanos según criterios raciales y étnicos"?
Lo que es importante subrayar es que este culto a la "diversidad" no responde a niguna necesidad demográfica ni del mercado. Todo lo contrario. En Estados Unidos la tendencia a la asimilación ha sido históricamente avasalladora. Los grupos que han mantenido estrictas reglas en contra de los matrimonios con otros grupos, como los judíos ortodoxos y los amish -todos de origen religioso, por cierto, no étnico ni nacional- son los únicos que han podido conseguir la preservación de culturas independientes dentro de la sociedad norteamericana. En la tercera generación, una tercera parte de los latinos se casan con naturales de Estados Unidos, un patrón muy familiar al de los jóvenes asiáticos. Este proceso completamente natural es el que ha formado a esta gran nación. Sin embargo, los liberales están en contra de la integración en un solo pueblo, y la califican de "colonialismo" cultural.
El multiculturalismo es un movimiento carente de base. No es popular dentro de ninguna minoría en Estados Unidos o, en todo caso, sólo entre jóvenes de estas minorías influidos por académicos de extrema izquierda. El multiculturalismo va contra el proceso natural de integración a la cultura de un país. Ha surgido y se ha desarrolado dentro de las elites intelectuales de este país, y se ha expandido gracias a erróneas políticas gubernamentales. Sin enormes subvenciones se marchitaría rápidamente. Pero los liberales están tratando de exportar este virus a nuestros países. ¿Qué hubiera sido de nuestros pueblos si los fundadores de nuestras nacionalidades hubieran sido multiculturalistas? ¿Que sucedería ahora si estas ideas consiguieran penetrar entre nosotros? Y, sin embargo, este peligro existe.
La igualdad utópica
Los liberales tienen una forma muy sencilla de "demostrar" la existencia de discriminación racial y sexual en Estados Unidos: simplemente señalan las diferencias en cuanto a los resultados obtenidos por los distintos grupos. Según los liberales multiculturalistas sólo la discriminación puede explicar la diferencia entre los resultados. Si hay resultados diferentes, como es obvio que los hay, tiene que haber discriminación. De aquí que que los liberales hayan convertido en un verdadero cliché cultural que en Estados Unidos existe una discriminación racial y sexual instituida. A tal punto, que es necesario recurrir a la compulsión para eliminarla: el sistema de cuotas de contratación obligatorio, la famosa "acción afirmativa" (afirmative action), esa discriminación inversa, básicamente impopular, que los liberales defienden tan desesperadamente .
Ahora bien, es obvio que los distintos grupos étnicos y sexuales consiguen resultados muy diferentes. Pero, ¿acaso ese fenómeno se explica por la discriminación racial o sexual? Por supuesto que no. Los grupos étnicos, al igual que los sexos, tienen sus sistemas de valores y capacidades particulares. Que todos los grupos deban tener una representación proporcional en todas las ocupaciones es una teoría desmentida por los hechos en todas partes del mundo. A través de toda la historia, frecuentemente minorias impotentes, y a menudo perseguidas, han predominado en ocupaciones socialmente condiciadas.
Las disparidades estadísticas entre los grupos no son la excepción sino la regla en todas las sociedades del mundo. Aunque las diferencias no son estáticas, los grupos se diferencian en edad del matrimonio, frecuencia de divorcio, estabilidad laboral, hábitos de higiene, patrones de inmigración, éxitos deportivos, logros académicos, consumo de alchol y muchos otros. El profesor Donald L. Horowitz, de la Universidad de Duke, que publicó una obra monumental sobre este tema: "Etnic Groups in Conflict" (Berkeley: University of California Press, 1985) examinó la idea de una sociedad donde los grupos estuvieran "proporcionalmente representados" y llegó a la conclusión de que "hay pocas sociedades, si existe alguna, que se hayan ni siquiera acercado a ese modelo".
Como señala Thomas Sowell en "Race and Culture", según la ley islámica en el imperio otomano, los cristianos y los judíos eran oficialmente ciudadanos de segunda clase. Sin embargo, ambos predominaron siempre en la medicina, el comercio y la industria. Los alemanes han jugado un papel importante en los ejércitos desde que destacaron al frente de las legiones romanas. En la Rusia de los zares, la minoría alemana, alrededor del uno por ciento de la población, constituía alrededor del 40 por ciento del Alto Mando del ejército ruso en los años 80 del siglo pasado. Y esa historia se prolongó en el siglo XX hasta nuestros días. Esos mismos alemanes, por cierto, fueron los pioneros en la construcción de pianos en la norteamérica colonial, en la Rusia zarista, en Francia, en Australia y en Inglaterra. Los italianos, por su parte, han sido los reyes de la pesca no sólo en el Mediterráneo, desde Grecia hasta España y el norte de Africa, sino también en San Fransisco, Argentina y Australia. Y arquitectos italianos, por cierto, han diseñado desde el Kremlin hasta sistemas del alcantarillado en Argentina.
Un estudio a nivel mundial sobre la policía y los militares realizado por la profesora Cynthia Enloe de la Universidad de Clark concluye igualmente que "los militares nunca reflejan, ni siquiera aproximadamente, las sociedades multiétnicas" de las que provienen. De la misma forma, es casi imposible encontrar una policía, un ejército o una burocracia que reflejen la pluralidad de cualquier sociedad. Los diferentes grupos se apoyan en diferentes instrumentos para lograr su ascenso social. Unos escogen las fuerzas armadas, otros la burocracia y otros distintas áreas del sector privado.
Nada más común que hallar minorías impotentes jugando un papel determinante en industrias altamente competitivas en las que no tienen ninguna forma de impedir el surgimiento de competidores. Los judíos, por ejemplo, se destacan en la industria de la ropa. No sólo en Estados Unidos sino también en Argentina, Chile y Australia. Frecuentemente, miembros de grupos minoritarios sin ningún poder tienen una fuerte representación en posiciones socialmente codiciadas como los chinos en las universidades malayas, los tamiles en las universidades de Sri Lanka o los asiáticos en las universidades americanas. Pese a los desesperados esfuerzos del estado cubano desde hace casi 40 años, los cubanos nunca han podido destacarse en el futbol. ¿O será que Real Madrid discrimina a los futbolistas cubanos?
Los liberales multiculturalistas no son comunistas, pero son tan utopistas como los comunistas. Al igual que ellos, no les gusta el mundo como es, ni la vida tal como es, y pretenden cambiarlos a su antojo. Es por eso que pretenden cambiar hasta el lenguaje, y lo están consiguiendo. No es por gusto que la imagen de Frankenstein haya cautivado la imaginación popular. ¿Acaso no resulta esa historia terriblemente familiar a todos los cubanos? ¿La historia de una creación, hecha con las mejores intenciones, pero que resulta ser monstruosa, contraria a la naturaleza humana y que se vuelve contra sus creadores? Frankenstein es una metáfora sobre los peligros de la utopía.
Las diferencias económicas entre los pueblos son demostrables no sólo en términos de ingresos o de ocupaciones sino también, en gran medida, en términos de diferencias de productividad. Entre los trabajadores analfabetos y no calificados de las plantaciones caucheras de Malasia, los chinos producían más del doble que los malayos. Lógicamente, los chinos también ganaban el doble. Estos ejemplos se pudieran multiplicar indefinidamente pero, además, cada lector pude apelar a su experiencia personal. En realidad, ha sido la movilización política de la envidia la que ha llevado a las restricciones legales de determinados grupos altamente productivos, la que ha llevado a políticas preferenciales para los que, simplemente, no eran capaces de competir con ellos.
En en siglo XVIII, no había prácticamente diferencia en el nivel de vida de los pueblos de América del Norte y de América del Sur. Dos siglos después, el Norte se ha industrializado completamente mientras el Sur todavía conserva estructuras económicas fundamentalmente agrarias. El Norte tiene el nivel de vida más alto del mundo mientras que el Sur está "subdesarrollado". La diferencia en desarrollo hay que buscarla entonces en las diferencias culturales. ¿No deberíamos entonces los latinoamericanos estar copiando las características culturales que han hecho triunfar a la sociedad norteamericana, tal como hicieron los japoneses?
No es por gusto que en América Latina casi ha habido un predominio absoluto de inmigrante no hispanos y no portugueses entre las principales figuras del comercio y la industria de varios de nuestros países. No es exagerado decir que la industria y la agricultura argentinas fueron creados por los inmigrantes. En 1873 los alemanes de Buenos Aires poseían 43 negocios de exportación e importación, 45 tiendas de ventas al detalle y 100 talleres de artesanía. Se dice que los italianos, que han sido los principales inmigrantes a la Argentina, fueron los que convirtieron la Pampa en tierra agrícola productiva, como granjeros y como obreros agrícolas. En 1895, los extranjeros constituían las tres quintas partes de los obreros industriales y las cuatro quitas de los dueños de las empresas industriales. En 1914, los inmigrantes eran el 30 por ciento del total de la población argentina.
Otro distinguido académico que ha estudiado las sociedades multiétnicas en todo el mundo, Myron Weiner de MIT, se refiere a "la universalidad de la desigualdad étnica" y añade: "En todas las sociedades multiétnicas, los grupos étnicos muestran una tendencia a trabajar en diferentes ocupaciones, a tener diferentes niveles de educación, a recibir diferentes ingresos y a ocupar diferentes lugares em la jerarquía social".
¿Cómo es posible entonces que lo que no existe en ninguna parte sea considerado como la norma en Estados Unidos? Es, sin duda, un ejemplo elocuente (y preocupante) de como un grupo político, el ala liberal del Partido Demócrata, tiene la posibilidad de imponer ideas falsas gracias a su abrumadora presencia en los medios periodísticos y académicos. Sería muy interesante conocer la proporción de periodistas demócratas y liberales que trabajan en esos periódicos que siempre están hablando de la "diversidad". ¿Representará su composición política "el rostro (político) de Estados Unidos"? ¿Cuántos de sus periodistas son demócratas y liberales? ¿Cuántos republicanos y conservadores? ¿Serán los liberales el 75 por ciento, el 80 o el 90 por ciento? Sería muy interesante saberlo.
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